El examen desde la barrera del maratón
Poco se habla de las carreras que no fueron o de aquellas que no culminaron como esperábamos.
No sabes la frustración y el vacío que deja el no poder correr con tu gente, tus amigos, tus calles… esas mismas donde entrenas a diario.
A veces, simplemente, nos toca mirar los toros desde la barrera.
Ver pasar a otros mientras estamos al margen.
Y justo ahí, en ese lugar incómodo, se activa otro tipo de fuerza: una que no se mide en kilómetros ni en cronómetros,
sino en la capacidad de rendirse, de confiar, de estar presente, aunque no sea como lo soñamos.

Sí, es duro.
Pero hay momentos en los que el cuerpo pide pausa.
Una lesión, una cancelación, un abandono, un cambio inesperado...también hacen parte del camino.
Este fin de semana, la Maratón de Cali fue un golpe a mi ego: sin dorsal, sin PR, sin medalla, sin adrenalina en el asfalto,
sin foto, sin nada... jejeje.
Sentí ese huequito en el pecho, esa punzadita de "no me cumplí".
Pero también entendí que ahí había una gran oportunidad: una confrontación con un aprendizaje inmenso.
La humildad.
La paciencia.
La sabiduría que se va gestando para que, cuando llegue la revancha, te encuentre más fuerte, más presente, más liviano.
Y después de aceptar que no estaría en la línea de salida, me permití vivir el evento desde otro lugar.
Y descubrí que también ahí, al otro lado, hay magia.
Hay conexión.
Hay gratitud.

No estuve “afuera”.
Estuve muy adentro de la energía del día:
apoyando, sosteniendo, celebrando…
Eso también es ser parte de una maratón.
Y desde un lugar profundamente luminoso.
Hice lo que siempre soñé que hicieran por mí:
Madrugué para alentar.
Para acompañar.
Para sostener con mi presencia.
Celebré el paso de otros que ni conocía, sin máscaras, sin excusas.
Sentí.
Acompañé.
Vibré.
Y fue igual de transformador.

Entonces entendí algo profundo:
A veces, rendirse no es renunciar.
Es abrazar la realidad con amor.
Como en los duelos.
Como en los cierres.
Como en los caminos que se desvían.
Desde que elegí el running como estilo de vida, me enamoré de la lucha.
Y por eso, también me enamoré de la vida porque la vida es eso:
Subidas, bajadas, preguntas, dudas, oportunidades… ¡todo!
Rendirse es dejar de pelear con lo que no fue para abrir espacio a lo que sí está siendo.
Estoy segura de que lo que sembré, con mi presencia, mi mirada, mi actitud va a florecer cuando decida cruzar esa meta con mis propios pies.

Como dicen por ahí: la procesión va por dentro y se vale sentir frustración, rabia, vacío…sin querer taparlo con más entrenamientos ni frases de cajón.
Mirar de frente lo que no fue y aun así, amar el proceso.
Porque el verdadero atleta no solo se entrena en la pista, también se entrena en la paciencia, en el silencio, en la aceptación. También se fortalece cuando descansa, cuando siente, cuando se permite parar.
Y si hoy estás en pausa, si tu cuerpo o tu alma te piden rendirte…quiero que sepas algo:
No estás perdiendo el tiempo, estás cultivando tu profundidad.
La vida siempre da revanchas.
Bueno… eso es lo que elijo creer. ¡Salud!
