La verdadera conexión —la que enciende el alma— nace del encuentro humano, del silencio compartido, de una mirada sin pantallas de por medio.

Me niego a creer que estamos destinados a perdernos en lo digital. Me duele pensar que cada vez nos alejamos más de lo esencial.

La naturaleza nos programa para ser únicos, para explorar el entorno desde la curiosidad y atrevernos a vivir la libertad de ser quien elegimos ser, de emprender para construir un camino en propósito y alineación.

No desde la expectativa y la necesidad de la validación externa para encajar en un sistema conveniente, que nos encasilla, en lugar de apoyarnos a entender quiénes somos y crear valor desde ahí.

Pantallas por todos lados. Dedos que se deslizan buscando algo que calme el hambre. Un golpe de dopamina. Una caricia fugaz.

Pero nada que permanezca. Nada que construya.

No se trata de satanizar las redes ni sus anuncios porque no son malas, son herramientas poderosas.

Sin embargo el no ser conscientes de cuánto tiempo pasamos deslizando el dedo en una pantalla sin saber que estamos buscando, solo por saciar nuestro ego con cosas que en su mayoría no nos aportan, o por no perdernos de lo que sea que esté sucediendo.

Pero no dimensionamos de lo que nos perdemos o del poder que le regalamos a la pantalla, cuando no le ponemos límites y le damos el uso adecuado.

Me atrevería a decir que jamás podrán reemplazar la textura de una conversación real, el peso del presente, la voz de nuestro cuerpo cuando por fin lo escuchamos.

La montaña me recuerda que está bien ir más despacio.
Subir, respirar, cansarse, mirar.
Ese ritmo más lento me regala claridad. Me permite habitarme con honestidad. Primero con incomodidad, luego con ternura.

Caminar por la montaña es una forma de volver a mí.
Dejar el ruido atrás. Documentar momentos solo para mí.
Sin likes, sin respuestas, sin prisa.
Y eso es un alivio. Porque en ese silencio, por fin me escucho.

No siempre es fácil. A veces duele.
Pero la montaña no pide que estés bien. Solo que estés.
Y cuando por fin te quedas…
Ahí ocurre la magia:
ves lo que no habías querido ver.
Escuchas lo que habías callado.
Y reconoces lo que siempre estuvo contigo.

No necesitamos tanto para ser felices. Solo cosas reales.
Momentos que nos conmuevan, que nos recuerden que estamos vivos.
No vinimos a llenar vacíos, vinimos a sentir. A amar. A profundizar.

Las respuestas que buscas no están lejos.
Tal vez siempre estuvieron ahí, solo esperaban que dejaras de correr.

Respira.
Inhala profundo.
Exhala lento.

Camina.
Llora.
Calla.
Canta.
Corre.
Aúlla si hace falta.

Tómate el tiempo.
No para llegar a ningún lugar…
sino para volver a ti.

¡Vuelve a Ti!